A las mujeres de Oaxaca,

a las mujeres de México

al funcionariado público e instituciones de gobierno:

El #8M de 2020, miles de mujeres marchamos, inundando con nuestros colores y voces las calles, para exigir condiciones para el ejercicio pleno de nuestros derechos y para defender nuestras vidas. Una semana después, México paró frente a la COVID-19. Nos pidieron quedarnos en casa para cuidarnos: algunas pudimos hacerlo, y millones más no tuvieron ese privilegio.

A un año de la gran movilización, somos testigas de las consecuencias del virus y la evidente forma en la que expuso un sistema que privilegia la explotación y las violencias en la vida de las mujeres, amparado en la injusta carga social que nos atribuye como natural y obligatorio el cuidado de la salud y la familia. Sin derecho a la salud, sin garantías, sin apoyo, ampliando la brecha de desigualdad entre mujeres y hombres.

Nuestras circunstancias se volvieron más adversas, y para muchas mujeres, completamente insostenibles. Niñas y jóvenes intentaron continuar sus estudios en línea, pese a la carencia de condiciones mínimas. Las mujeres trabajadoras lucharon por mantener sus empleos y actividades económicas, encontrándose con violencia y estigmatización. Las mujeres de los servicios de salud absorbieron los trabajos de cuidado dentro y fuera de sus casas, arriesgando sus vidas y la de seres queridos, sin contar con protecciones adecuadas. Las madres se convirtieron en maestras compaginando trabajo y cuidados. Las mujeres que buscaron justicia, se encontraron con ojos y oídos cerrados.  Pararon guarderías, escuelas, juzgados, servicios. Pero nosotras no.  

Todas, desde cada trinchera cercana o lejana, resistimos la violencia dentro y fuera de los hogares, y la indolencia y omisión del estado, con sororidad, desde nuestros propios medios y saberes. Son otras mujeres las que nos acompañan, nos acompañamos, para seguir adelante. 

Las desapariciones, abusos, violencias y feminicidios no cesan, crecen. Los espacios que deberían ser “seguros” son muchas veces el principal territorio de amenazas. El confinamiento forzó a miles de mujeres, jóvenes y niñas a convivir de cerca día con día con sus agresores, sin salida. 

Estamos hartas y cansadas. No tenemos superpoderes. No pedimos ser heroínas. Queremos ser libres, estar vivas, ser respetadas, ejercer plenamente nuestros derechos y gozar de verdadera equidad e igualdad en los espacios públicos y privados. Lo gritamos en las calles en 2020, lo seguimos gritando desde donde estamos en 2021. Seguiremos, hasta que los derechos de las mujeres y las niñas sean una realidad para todas. Hasta que todas estemos seguras en las calles y en nuestras casas. 

Por eso, hacemos un llamado a no callar, a seguir luchando juntas ante tantas injusticias. Llamamos a mantener la sororidad, la comprensión, el apoyo entre nosotras. A ser aliadas, compañeras. A cambiarlo todo. Estamos cambiándolo todo. 

A las autoridades de todos los niveles, exigimos personal y presupuestos suficientes, efectivos y transparentes, para atender las necesidades de las niñas y mujeres y la violencia de género, así como servicios de salud y cuidados dignos, gratuitos y con pertinencia cultural, y el cumplimiento de las condiciones para el ejercicio de todos los derechos para todas nosotras.

Aunque solo algunas tomen hoy las calles, aunque otras opten por resguardarse, aunque no nos vean, o no nos quieran ver: seguimos en todos los espacios que son nuestros y seremos muchas, muchas más.  

Las mujeres de SiKanda. 

8 de marzo de 2021